Despertó antes que el sol apareciera y las chicharras dejaran de sonar, sentía la humedad de la noche aún en su piel, o era quizás su mismo sudor helado el que la recorría. A un lado del piso frío, estaba un collar de piedras, ese que la había esperado durante tanto tiempo, el que habían labrado los artesanos con cuidado, el collar bendito por el padre, no su padre, a él no lo veía desde que tenía pocas lunas y recuerdos, pero no olvidaba su cara, su expresión de orgullo , su beso en la frente, y sus palabras que entonces no entendió.
Intentaba ver en su memoria buscar en sus recuerdos a su madre, sus hermanas, ella era la ultima de las ocho. Cerraba con fuerza los ojos , como si así pudiera ver con claridad su mente y las veía a ellas, veía como se hacían cada vez más pequeñas, mientras ella se alejaba. Caminando volteó solo una vez mas, sin saber que sería esa la última imagen que vería de su familia. Ahora trataba de recordarla, sus hermanas abrasadas, su madre tan pequeña y anciana, y su padre que sonreía.
Inevitablemente cuando trataba de ver lágrimas, sentía el jalón de una mano, blanda , fría y a la vez callosa, la misma mano que sintió aquel día obligándola a no mirara atrás.
Lentamente se incorporó del tejido de mecate que solo era honor de pocos, y miró entre sus piernas, sabía que pronto entrarían las mujeres como cada mañana a cerciorarse si era consagrada. El sudor bajo por su espalda , miró despacio, casi sin querer ver, deslizo uno de sus dedos en la entrepierna , subió su mano, y lloró, al saberse bendita. No podría ocultarlo, sintió el miedo muy dentro, un grito que se ahogaba en su silencio, ganas de correr, de huir, desaparecer de esa tierra. Rogó a Izcoxauhqui, que no cruzaran por esa puerta las tres mujeres de cada mañana, cuando escucho los pasos descalzos. Era tarde, allí estaban.
Una de ellas vio una mancha en el mecate, una mancha roja, la bendición de los dioses, y salió rápidamente a comunicarlo. La princesa estaba lista, y habría que preparar la ceremonia.
Las familias fueron avisadas, el día tan esperado había llegado, sería fiesta , sería gloria, la princesa estaba lista.
El trueque en el mercado se hacía entre rumores, un ambiente festivo se respiraba, todos querían verla, a ella, la mas bella, la elegida por el padre. Algunos fantasearon con tocarla, otros con tan solo verla, admirar por un momento tanta belleza. Decían que tenía el pelo de la noche, tanto o mas negro que sus ojos, que no había cuerpo más hermoso, y más perfecto bajo su piel de bronce. Susurraban las señoras mientras agachadas intercambiaban ramas , frutas y chismes, los niños amarrados a sus espaldas lloraban entre el ruido y el polvo del mercado.
Los sacerdotes se reunían en el altar, pasarían el día sin probar alimento, limpiando el cuerpo, para purificar el alma, así sería hasta que se pusiera el sol entre los pilares del templo mayor.
La princesa estaba lista, pero no sentía ser ennoblecida, no entendía por que si era la elegida tenía tanto miedo, su corazón había latido mas rápido que nunca durante todo el día, mientras era untada con flores de azahar, y sentía como suavemente su pelo era arreglado por otras manos. Palpitó con más fuerza el corazón y un ligero temblor le recorrió el cuerpo cuando acercaron a su cuello aquel collar que habían labrado para ella. Era el momento, el sol se ponía.
Salió de la casa que la guardó durante tantas lunas, bajó despacio las escaleras de piedra. Siguió descalza por el camino de flores de cempasúchil amarillas y entre la gente que a su paso deslumbrados y agradecidos bajaban la cabeza. Uno que otro intentó mirarla por un instante, una anciana se acercó a besarle la mano. Seguía lentamente el rumbo que la guiaba al Nahuolli
Ella prosiguió entre el paso que la gente le habría, caminó con la cabeza en alto, como tantas veces le enseñaron, hasta llegar allí, al altar del templo mayor, dónde esperaba el padre, el sumo sacerdote .
Subió uno a uno los peldaños, para llegar al altar. El sacerdote la tomo de la mano y la ayudó a subir. Otra vez era aquella mano, ahora mas callosa, pero igual de fría.
Se acostó la princesa y cerro los ojos, el silencio era grande, la piedra del altar era fría. Pensó una vez mas en aquella imagen, sintió un fuerte dolor en el pecho, y giró su cara, entre la gente logró ver a la anciana, a siete mujeres y sus lágrimas.
El cuenco estaba listo con el amaranto, allí puso el sacerdote el corazón que aún latía, en sus rezos y entre el canto de la gente, le dio una mordida.
El cielo se cerró, los Dioses agradecían, Izcoxauhqui y Cueztzaltzin los bendecían.
La era de Huitzilopochitlí empezaba, todo sería prosperidad y alegría en esta nueva vida. La princesa había sido entregada a los Dioses.
Cada año, según la tradición y costumbres heredadas del México antiguo, regresa la princesa a través de un camino de cempasúchil, y se le espera junto a los difuntos con un banquete. Hornear un pan, con sabor a azahar por el recuerdo de los fallecidos, cuyo centro representa el corazón de las animas benditas, el corazón de tantas princesas, ponen alrededor, cuatro canillas como los cuatro puntos que guían al Nahuolli y lo presentan a modo de ofrenda , enfatizando el color amarillo entre flores, clemoles, naranjas, guayabas, plátanos y calabazas que adornan
el altar...el altar de muertos.