México… ¿El que llevamos fuera o el que llevamos dentro?, a veces creo que hay dos. Uno es ese país de fuera, con mujeres desaparecidas, encontradas mutiladas, violadas, con niños que mueren en la calle por una bala perdida, producto de ajustes entre carteles del narco. Con indígenas menospreciados y orillados a vivir donde no sean vistos, el México que avergüenza a sus raíces y los obligan a un - Mande usted-, en la tierra de ellos. A que bajen la cabeza para estar, -A sus órdenes Don- y esas órdenes sean, -Levanta la cabeza, para ver lo que traficas, para saber a quién secuestras, para mirar a los ojos a quien matas-, y que solo así alcen la cabeza.
Un México con hambre, con infancia en la calle que consume drogas para no sentir, con niñas que se venden para no sentir, con mujeres que se dejan golpear para no sentir, con hombres que roban para no sentir… un país que ya no quiere sentir mas hambre.
Un México con dolor y ante él, la gente se pone una venda, un país entero jugando a ser ciego, cuando no lleva más que un pañuelo. Millones de ojos que sobreviven al sufrimiento solo si son tapados, con mordidas, con injusticias, con sobornos, ante la corrupción nadie sabe que pasó, -Aquí nadie vio nada jefe- el gobierno no se quiere enterar y llena las cárceles de cómodos huéspedes que desde allí hacen cumplir la Ley de Herodes, “o te quitas, o te jodes”. …y nos quitamos.
Un México manchado con nuestra propia sangre, que vemos como ajena, cómo no, si nos tratamos como bueyes que van al matadero y no como hombres-¿O no wey?, si lo que aquí pasa nos pasa solo por fuera, les pasa a lo demás y no a nosotros,- O sea, a mí no me afecta, los demás que frieguen- o nos limitamos a un -Que gacho-. Es nuestra sangre la que se derrama en manos de nuestra propia sangre, si mataron a mi sangre yo hago lo mismo, si abusaron de mi yo abuso de los demás, lo que me hicieron yo lo hago, y así nos mutilamos.
Esto es lo que llevamos fuera, y solo se acaba cuando vemos dentro, cuando perdonamos y creemos con fe, en una virgen morena que todo puede cambiar, y empezamos cambiando nuestro interior, nos unimos ante desgracias, sismos, inundaciones, explosiones, y salimos adelante.
Dentro, no solo las calamidades nos unen, nos juntamos en tradiciones milenarias y queremos rescatarlas, conservarlas en altares de muertos, adornados con flores de cempasúchil, y fotos de nuestros difuntos. En roscas de reyes, que partimos con una mano en el cuchillo y la otra por detrás cruzando los dedos, para que no nos toque el niño y nos libremos de comprar los tamales para conmemorar a la virgen de la Candelaria. En posadas con cánticos y enormes piñatas en forma de estrella que con los ojos vendados rompemos. En el ¡Viva México! que al unísono gritamos en cada rincón, tras escuchar las campanadas.
Solo entonces vemos la grandeza de nuestros volcanes, el pedazo de cielo reflejado en nuestros mares creando las tonalidades de azules más hermosas que los ojos puedan percibir, los cenotes sagrados, esos enormes abismos de extraordinaria belleza, con agua tan cristalina que se confunde con el aire, como ojos de agua que la tierra nos regala. En nuestros ríos que corren por monumentales paredes que generosamente se abren para darle paso a ellos. De montañas que se inclinan y dejan que caigan sobre ellas cascadas formando estanques de agua turquesa que corren entre las piedras como cortinas esplendidas. De majestuosos desiertos que encierran secretos, o esplendidas selvas que tanta vida llevan.
Allí dentro somos libres de volar, de sentir el vuelo del águila, o el suave y bello de una mariposa Monarca. Dentro también bajamos la cabeza, pero solo ante la grandeza de nuestra cultura, cuando Quetzalcóatl desciende ante ella nos hincamos, no hay drogas no hay armas, no hay peso con más valor que las plumas de la serpiente.
Dentro no hay hambre, se conserva el nixtamal, los comales y molcajetes en cada hogar donde esta noble tierra nos da todo para subsistir. Las mujeres frecuentan los mercados y recuerdan la receta del mole, llevando cacahuates, chiles y chocolates, pasando la receta de abuelas a nietas, mientras los hombres componen canciones que acompañan con trompetas, violines, y guitarras, llevando serenatas a sus amadas. Los niños juegan con trompos, pirinolas, sonajas, matracas y muñecas de trapo, de artesanos que aprendieron el oficio milenario, como el de soplar el vidrio, cocer el barro, pintar talaveras, hilar tapetes, bordar vestidos, deshilar manteles, pegar chaquiras y ponerle a todo, ese colorido único de nuestra tierra.
El que llevamos dentro es el México del alma, ese que cuando nos dejan ciegos, sordos, mudos y mutilados, aún se siente en la piel y aprendemos a ver interiormente, a amarlo como nunca lo habíamos hecho… desde adentro.