Desde mis pequeñas memorias, recuerdo sentir un placer oculto, que duró en mi muchos años. Incluso después de casada aún lo hacía, inconsciente y ya dormida, sentía esa sensación deliciosa de placer satisfecho, así podía dormir toda la noche.
Cómo a los tres años mi madre empezó la lucha por quitarme esta manía, que me apaciguaba y me deleitaba. No podía hacer eso en la escuela, que dirían mis compañeros y profesores, era lo que me decía.
Cuentan que cuando era bebe al cargarme alguien, buscaba mi placer entre su ropa, allí me quedaba en la incómoda posición entre la persona que me cargaba su cuello y yo pero satisfaciendo mi deseo y quedándome dormida
Así que quitarme mi manía fue un duro paseo entre mano atada, ungüentos, amenazas, burlas, etc.., nada funcionaba, y mi mente aun no entendía porque debía dejar algo que me daba placer y me tranquilizaba.
Más tarde cuando empezaron las burlas deje de hacerlo en público y guardé ese placer solo para mí, hasta que sin yo saberlo y creyendo esto superado mi marido descubrió que aun lo hacía.
La manía se fue, la solución después de años la encontré yo
Al preparar mi te cada mañana y cada tarde le ponía miel, untaba el dedo en ella y esa sensación deliciosa, mi dedo con miel, no sabía si era la miel o la excusa para hacer ese acto prohibido desde tan niña lo que me fascinaba, sentir como lo deslizaba, esa sensación, entre deliciosa, tibia y pegajosa.
Una noche me quedé sola, era el momento perfecto para hacer lo que esperaba, me puse un delicioso pijama de seda que me recordaba la textura detrás de los cuellos que desde niña buscaba, tomé el frasco de miel y una y otra vez hice lo mismo, hasta terminarme el frasco, no había más miel, pero mi dedo aún sabía a ella, dulce y más dulce.
Durante días en mi mente mi dedo era tan dulce que dejé incluso de tomar té, desde ese día acabé con mi infantil satisfacción, en vez de darme placer me empalagaba.
A qué viene todo esto, a que en la vida la gente juzga un acto como inadecuado, te llenan de vergüenza, te aíslan, y tratan de quitar de ti cualquier manía, de las peores maneras. Solo cuando decidí hacer de mi placer una acto delicioso, llenarlo de miel, fue que aprendí que uno se cansa más fácil de lo dulce que de lo amargo, y que con la dulzura de la miel curé mi manía desde bebe de chuparme el dedo mientras acariciaba una etiqueta.