jueves, 14 de junio de 2012

COMIDA PARA GATOS

Le había llamado la atención varias veces, no podía seguir haciendo esa asquerosidad frente a los clientes, acabaría con la buena reputación del lugar y de paso sería despedido.

Al parecer no entendió, ¿no había sido suficientemente clara?, alguna deficiencia mental debía tener Miguel, no era lógico que llegara siempre vestido de la misma manera, el dobladillo descocido, la camisa arremangada y los zapatos, ¡ay esos zapatos!, se veían opacos y se suponía debían estar relucientes, sin embargo llegaba con ellos cubiertos del polvo de la calle y el cuero negro se tornaba gris. ¿No tendrá otra ropa para que al llegar pueda cambiarla por el  uniforme que va debajo del mandil? Así veía que lo hacían el resto de los meseros, pero no Miguel, el parecía arrastrarse debajo de la ropa y esta en vez de vestirlo, le colgaba como de un perchero, sin la forma y el porte que da un cuerpo.

¿Porte?, pensó Norma, no era posible relacionar esa palabra con Miguel, no se trataba de estatura, porque él era el más alto de todos los meseros, era esa forma de caminar, de llevar la ropa de ponerse el mandil y hasta de transitar entre la gente con una bandeja en la mano y una mal doblada servilleta blanca en el antebrazo. No, Miguel no tenía falta de porte, era falta de algo más básico, era carencia de higiene.

No lo notó el primer día que llegó a pedir trabajo, aquella mañana Miguel se había esforzado por presentarse pulcro y la impresión que le causó a Norma fue muy buena. Al entrevistarlo demostró que tenía experiencia y un amplio conocimiento sobre vinos, sus uvas, cosechas, pero sobre todo el maridaje de estos con los platillos, justo lo que Norma buscaba. Lo contrató de inmediato, le entregó una bolsa con dos camisas blancas, un pantalón negro y un mandil de fino cuero.

                - Debe presentarse a las 10 en punto, tendrá que montar las mesas y siempre habrá alguna tarea extra, ya sea lustrar los cubiertos, la cristalería, quitar el polvo de la cava, contar la mantelería, en fin, usted verá  cuales son las rutinas y se irá programando con sus compañeros para rotarse las actividades. En cuanto al sueldo base y el reparto de propinas ¿le ha quedado claro o tiene alguna duda?- preguntó Norma.

                - No Señora, todo me ha quedado muy claro y espero no defraudarla, en verdad necesito mucho el trabajo.

                - Muy bien. ¿Miguel verdad?- preguntó mientras leía su nombre en la solicitud de empleo.

               - A nuestros clientes intentamos brindarles más que una salida a un restaurante, una experiencia culinaria donde encuentren satisfechos sus cinco sentidos. De los ingredientes frescos, sus esplendidos sabores y las perfectas mezclas  se encarga la cocina, en cuanto a la imagen del lugar y el ambiente limpio eso tenemos personal que lo hace. Su trabajo Miguel consiste en darle voz al restaurante, necesita convencer al cliente de que son especiales, hacerles saber que lo que van a probar será específicamente creado para sus paladares, cada comensal es único e igualmente importante  y eso es lo que usted debe trasmitirles. ¿Cree poder lograrlo?

- Si Señora.

-  Bienvenido entonces a L’Blanc.

Tras un silencio Norma estiró su manó, sin dejar de mirar a los ojos a su nuevo mesero, que respondió el gesto con un ligero apretón.

Cada mañana la primera en llegar era Norma, debía estar pendiente de todo detalle, recibir a los proveedores, y al personal que entraba. Verificaba con reloj la puntualidad, cuando vio pasar a Miguel por la puerta, llevaba puesto lo que el día anterior le había dado, pero no le quedaba como imaginó, pensó si le habría entregado una talla mal, lo miró de arriba abajo, los puños cubrían la muñeca, evidentemente si era esa la medida justa, pero algo no le gustaba, los pantalones quedaban justo un dedo por debajo del tobillo, fijó su vista en los zapatos, estaban llenos de polvo y desde ese día jamás logró que llegara con ellos limpios.

En cuanto entró Miguel, sacudió sus zapatos, se puso el mandil y comenzó a trabajar. Norma  observó desde lejos como logró dejar en un tiempo justo su área montada.

                - ¿Listo para empezar?

                - Sí señora, espero le agrade como quedó el montaje.

Norma recorrió las mesas midiendo con los dedos la distancia entre plato, cubiertos y copas. Acomodó algunas que no eran correctas y miró a aquel hombre que parecía disfrazado de mesero; al dar media vuelta a la mesa se lo topó de frente, no había notado olor en él cuando lo contrató, pero ahora sentía un aroma extraño, no era a colonia, ni alcohol, mucho menos a jabón. Sin embargo tenía el pelo engominado y su aspecto no era sucio.

-En el restaurante, tenemos una colonia en el baño del personal, esto es para que los aromas de los platillos no se confundan con otros olores. Ya sabe que la gente exagera en su arreglo y algunos se bañan en perfume, con el de ellos es suficiente para marearnos, así que al terminar sus labores, antes de que lleguen los clientes le pido que pase a asearse, y se perfume.

Se percató que la mirada de Miguel estaba algo ida.

                -¿Me entendió Miguel?

                - Sí señora, perfumarme antes de empezar con el servicio. Le entendí.

Lo dijo en un tono que a Norma le pareció osado, no le preocupó mucho, ya podría con el tiempo, marcarle el ritmo y las costumbres del restaurante.

Ese día la afluencia de gente fue buena, sin mayores contratiempos en la cocina. Había observado largo rato a Miguel interactuar con los comensales, como limitaba su labor a recomendar algún vino y tomar la orden; recogía los platos, los apilaba en la charola y  llevaba a la zona de muertos, en una barra antes de llegar a la cocina apoyando la bandeja, pasaba solo los platos sucios por una abertura en la pared que daba a una base de aluminio donde se acumulaban los platos, tardaba más tiempo de lo habitual en hacer esto.
Norma, se acercó por detrás intentando hacer imperceptibles sus pasos ¿Qué hará tanto tiempo allí? Escondida tras una columna donde no alcanzaba a verla Miguel, reparó que él miró a los lados, como si vigilara que no hubiera nadie, abrió una bolsa de plástico negra, pasó un cuchillo sobre el plato con restos de comida, tiró todo en la bolsa, la cerró y la colocó dentro del canasto de la mantelería sucia, sacudió las manos en el mandil, tomó su bandeja vacía y regresó al restaurante. Eso le provocó nauseas a Norma, ¿Qué haría guardando los restos de comida de otra gente?

Al pasar frente a la columna, Norma lo detuvo.

-Miguel, creo que se tarda mucho en retirar los platos ¿Sé puede saber porque?

Nervioso, el mesero bajó la cabeza. Norma podía sentir la tensión de aquel hombre y notó como desvió la mirada evitando encontrarse con la suya, esto le molestó aún más, aquel hombre mentía y algo ocultaba. ¿Qué podía esperar de un simple mesero?

                -Lo he visto Miguel, conteste ¿por qué se tarda tanto?

                -He, bueno deben ser la falta de práctica, pero ya verá usted como me pongo al día y entonces voy a ser más rápido señora.

Hipócrita y mentiroso, pensó Norma. No dejaría a ese meserillo llevarse una bolsa con restos de comida, mucho menos que los guardara en el cesto, allí se podían echar a perder y el olor putrefacto sería insoportable. Tenía que agarrarlo con la bolsa en la mano, así solo le quedaría decirle la verdad.

Dejó pasar varios días, viendo siempre la misma práctica, los restos de comida iban a parar a una bolsa y de allí al cesto. ¿En que momento los sacaba?, ¿qué hacía con ellos?

Decidió descubrirlo. Dejaría de llamarse Norma, si no hacia que se cumplieran las normas. Terminando el día, los meseros levantaban las sillas, las acomodaban con las patas hacia arriba sobre las mesas, barrían y colgaban los mandiles. Al finalizar, desfilaba ante ella todo el personal  con un “buenas noches” o “hasta mañana”. Pero aquella noche no sería esa la rutina.

 -Hoy voy a revisar sus mochilas y bolsas antes de salir, sin excepción a todo el personal.

Norma utilizó un tono serio y enérgico, con el cual sentía que se hacia respetar. Parada a un lado de la puerta comenzó a hurgar a cada empleado, hasta el turno de Miguel, él no había estado presente cuando Norma indicó lo que pensaba hacer.

-No voy a permitir que en mi restaurante me estén viendo la cara, aunque sean desperdicios, de aquí nadie se lleva nada, así que disculpen ustedes esta medida, pero tengo mis razones-  Norma pensaba tomar por sorpresa al meserillo y así lo hizo, lo tenía frente a ella.

-¿Qué llevas en la bolsa negra? Ábrela- ordenó.

- No es nada señora, son restos de comida- tras una pausa indicó - son para mis gatitos.

-De aquí Miguel nada debe salir, más que tu uniforme para ser lavado y regresar impecable al siguiente día. No creas que no te he visto y lo que haces es bastante desagradable. Ver como recoges los restos de comida, ¡imagina si un cliente te ve!, ¿qué pensarían Miguel? Esto no es un basurero donde se necesiten, pepenadores. Si quieres comida para tus sucios gatos, de aquí no va  a salir. ¿Está claro?

-Sí señora, disculpe usted, no vuelve a pasar- Se dispuso a irse arrastrando como siempre su cuerpo, cargando con una vieja mochila y la bolsa negra en la mano.

-La bolsa Miguel, démela- le indicó.

Norma dio una mirada al restaurante, apagó las luces, activó la alarma y salió con la bolsa negra tomada apenas por las puntas, como si el contenido le causara real repulsión. Abrió el contenedor de basura y allí la aventó.

Al subirse al carro, por el retrovisor vio como se subía Miguel al transporte del personal, le dio algo de lástima, pensó si habría sido muy severa, pero así debía ser o todos le pasarían por encima, de esa manera funcionaban las cosas allí. Tomó el celular y llamó al chofer del transporte.

                -Don Pepe, buenas noches. Necesito que al dejar a Miguel, vea muy bien donde entra, un reporte de como es su casa, invente alguna excusa para entrar, pídale pasar al baño, lo que sea, pero algo ingenie.

Ya en su casa Norma sintió la paz y el silencio que la recibía, imaginó a Miguel en la suya, rodeado de apestoso gatos, que se lambiscaban a su alrededor, comiendo en el piso los restos de comida de su restaurante. ¿Cuántos tendría?, seguro más de tres. Abrió la cama con sabanas de algodón y edredón de plumas, acomodó los almohadones sobre un sillón y se metió bajo las sábanas. Tal vez duerman con él ¡y el olor a orín que han de dejar a su alrededor!, la imagen le provocó asco. No podía esperar hasta mañana, necesitaba saber como vivía aquel meserillo. Se sentó en la cama y levantó el teléfono.

                -Don Pepe, buenas noches. Dígame ¿qué novedades me tiene?...Ninguna ¿cómo ninguna?, algo debió de haber visto, la casa seguro era sucia… ¿Ordenada?

Este viejo, no tiene idea de lo que dice, quien sabe en donde vivirá él para creer que esa casa puede estar ordenada, pensó.

                -Bueno y cuénteme ¿tenía animales?, no sé, perros o tal vez gatos... ¿No? ¿Pero se fijó bien, por toda la casa?...Un cuarto vive en un cuarto, y no hay animales. Bien, gracias Don Pepe, que pase usted buenas noches. Nos vemos mañana. Sea puntual.

Indignada Norma colgó el teléfono, aquel mesero se había burlado de ella, no tenía por qué soportarlo, ese olor a nada, ¿a orines de gatos sería?, ¿cuáles gatos si no tiene? Maldito mugroso, mentiroso, pensó. Hasta aquí había llegado, mañana a primera hora lo pensaba despedir.

Vio llegar a Miguel, arrastrándose como siempre, con los zapatos empolvados y la cabeza baja.

                -Miguel, necesito hablar con usted, pase a mi oficina.

                - Sí señora.

Tenía que hacerlo sentarse a aquel hombre allí, frente a ella, en sus sillas de piel blanca. Jamás debió de haber contratado a ese individuo para L’Blanc. Sería rápida y concisa. Firmaba apresuradamente un cheque,  cuando entró Miguel.

                -Con permiso señora.

                -Pase, tome asiento Miguel. Mire he estado pensando y no me siento a gusto con su desempeño, por lo tanto aquí está un cheque con su finiquito. Que tenga buen día.

                -Pero señora yo…- objetó Miguel en tono de suplica.

                -Nada ya he dicho, retírese en este instante de mi oficina, usted y yo no tenemos nada más que hablar.

Sucio, mentiroso, cretino, pensó. Hoy son los restos, mañana ¿qué me robará? Levantó la vista de su escritorio para ver salir a Miguel.

                -Cierre la puerta cuando se retire.

                -Sí señora-le respondió, cerrando con suavidad la puerta.

Norma respiró hondo, sin duda se había sacado de encima un problema mayor. L’Blanc la esperaba, los comensales debían ser atendidos con exquisitez, todo tenía que ser perfecto. Nadie se burlaría de ella. L’Blanc era su joya y las manos que la pulen debían estar limpias, ningún mugroso volvería a poner allí sus sucias manos.

                -Muy bien a trabajar- dijo con voz firme al personal, mientras veía como salía Miguel del restaurante.

Don Pepe al verlo irse, se acercó rápidamente a Norma y en voz baja le preguntó:

                -Señora, disculpe usted, pero ¿qué pasó con Miguel? No me diga que lo despidió. ¿Le robó algo?, lo digo por que sé que el día de ayer revisó a todos los empleados.

                -Sí, Don Pepe, me robó.

                -Quien diría señora, se veía tan buena gente. Si usted supiera, donde vive. Siempre era él  al último que dejaba, me pedía que lo bajara en un camino de tierra, bien lejos señora. Yo insistía en llevarlo hasta su casa, pero él nunca quiso. Caminaba largo rato, y la gente se le acercaba, era gente sin techo, indigentes que no más allí ponen periódicos en la tierra para dormir. Eran tantos señora. Se le acercaban como gatitos, él siempre les sonreía, sacaba comida de una bolsa y si viera como se lo agradecían…es una lástima, ese hombre en verdad era bueno.

4 comentarios:

  1. Este dia te mostraste, o te lei, muy compleja.
    Se nace o se aprende a leer a la gente?

    Y... el final no lo conoces...

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  2. Eres una princesa vampira que respira y no me mira...

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  3. Eres una princesa vampira que respira y no me mira...

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  4. Eres una princesa vampira que respira y no me mira...

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