Caen suaves llenando el estanque lejano, donde nada logra huir atrapado bajo el cristal de un reciente dolor de cielo con sabor a tierra seca en al boca, al filo del sueño frio recién caído del firmamento en forma de estrellas de
hielo, paisaje que yo admiro de lejos.
Van mezclándose con el aire obligan a atacar con abrigos, tapan las
bocas con lana entre olores de
madera y vinos tintos, llenan las esquinas
de ganas de vivir bajo el hielo
como en un cercano sueño de calles
dobladas de quietud de gente y
desbordadas de quejas de ojos
ajenos.
Nadie nota los
arcoíris tibios.
Rompen fuerte el hielo con suaves pétalos cargados de colores de fuego para aquellas
miradas de descanso blanco llenas de
ansia, absorben como esponjas las
almas grises del invierno esos pequeños tallos
salientes del cielo pálido
pintado de desierto, paisaje que yo admiro de lejos.
Van perdiéndose con la tierra obligan a agredir con sedas,
adornan las cabezas con linos entre
aromas de flores y blancos vinos, llenan las esquinas de ganas de vivir bajo el
color como en un lejano sueño de calles dobladas de movimiento de gente y
desbordadas de cantos de ojos ajenos
Nadie nota los cielos ardientes.
Destrozan estruendosos la tierra colándose atrevidamente entre
tejados calientes, resbalando por ellos con osado descaro, dejan en todo el que
tocan un color dorado, regresan el agua al cielo que bajan en incitantes noches
como gotas que recorren los cuerpos, paisaje que yo admiro de lejos.
Van encontrándose con el agua obligando a atracar con piel,
desnudas las almas perfumadas de olor a hormonas y espumantes vinos, llenan las
esquinas de ganas de vivir bajo el sol como en un latente sueño de calles
dobladas de calma de gente y llenas de silencios de recuerdos ajenos, paisaje
que yo admiro de lejos.
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