miércoles, 3 de octubre de 2012

ATRAPADA



Empezaban las lluvias y prometían ser duras. Este año no aguantaría la chapa del techo, ya eran varios con ella mal puesta; Lupita debería conseguir un poco más de cartón para poner por dentro. Un viento helado se colaba entre las rendijas de las tablas y había costado encender el anafre. Lupita sacó el zarape de su cama para cubrir del aire a Gaviota.

“Mi pequeña” pensó, mientras veía a Gaviota con las rodillas dobladas en el catre que apenas cabía; así dormía desde bebita. Recordó cuando le decía, “no crezcas hijita” y pensó que tal vez no debió decir eso, mucho menos desearlo. ¿Tendrá razón la gente cuando vocifera que su hija era un castigo del cielo por ser mala madre? Descartó rápidamente esta idea y se concentró en verla dormir. Con cada respiro de Gaviota su madre sentía cuanto la quería. ¿Por qué Dios había hecho esto? Se repetía siempre.

Gaviota era guapa. Los hombres del pueblo la veían mucho; pero ella no se daba cuenta con que intención y a todos les sonreía. Siempre tenía que salir Carlos a defender a su hija, a “la retrasada” como le decían cuando la escuchaban hablar. Varías veces se fue a los puños de pura rabia y coraje con quien se atrevía a mirarla. Era tanto el dolor que solo el alcohol lo curaba.

Esa noche de la lluvia y viento en la cantina servían un trago tras otro, hasta que tenían que corre a Carlos, porque se acababa más a prisa el trago de lo que el dinero podía pagar.

-Uno más,  sólo uno más que lo necesito - Entendió el cantinero.

-Ya estuvo Carlos, no te sirvo ni uno más. Me vas a quedar debiendo como siempre. Ya vete, tu mujer te debe estar esperando- Le pidió, mientras limpiaba con un trapo la barra.

Carlos salió del bar en medio de la lluvia y se fue balanceándose por el camino de arena. Tropezó de vez en cuando levantándose, esta vez no se quedaría allí dormido. Tenía que llegar a casa. Al paso aparecieron un par de muchachos, no logró distinguir quienes eran, en parte por el alcohol y en otra por la lluvia, pero sí pudo escucharlos claramente.

-Mira, allí va el Carlos… Pobre viejo ¿Ya viste a su hija?... Sí, está bien buena la retrasa… Dicen que nació normal y que fue una caída… Pa mí que el viejo este le pegaba y quedó tarada…- Escuchaba varias voces que empezaron a rodearlo. Confundido cayó en la arena de rodillas. Las voces giraban a su alrededor con rostros, manos, bocas, ojos.

- Hey  Carlos, deberías prestarnos a tu hija- Reían-Total la retrasada ni cuenta se va a dar y te pagaríamos buen dinero… Está bien buena la chamaca… ¡Uy ya me la imagino encueradita, cuerpecito, mami!... Dile que nosotros sí queremos jugar con ella – Escuchaba rizas y sintió una mano que le tocó el hombro. Mareado sacó un cuchillo del pantalón y cortó el aire a ciegas, maldiciendo las voces que se silenciaron tras dejar a Carlos con varias cuchilladas muerto en un charco de sangre en la playa.

Lupita recorrió la cortina que separaba al cuarto de la entrada y se apresuró a abrir la puerta de metal que golpeaban con fuerza.

La figura de aquel policía y la noticia que con él traía se volvió más lejana en el camino, hasta que dejó de verlo. Lupita de rodillas en el piso lloró sin consuelo, preguntándose ¿Por qué Dios hacía eso?  Sólo reaccionó cuando escuchó un sonido dentro de la casa.

Gaviota estaba acostada con las manos en los oídos y la cabeza hundida en la almohada. Lupita acarició su pelo y se recostó a un lado en el catre, apenas cabían las dos mujeres en él. Gaviota se dio media vuelta para ver el rostro de su mamá empapado en llanto y la acarició con su mano.

-Mami, no llores, mamita. Yo te quiero mami. Cuéntame un cuento.

-Ahorita no Gaviota, mami está triste- Sollozó.

-¿Y papi, ya vino papito? Cuéntame un cuento mami- Gaviota colocó la cabeza en el pecho de su mamá escuchando como le latía el corazón y oliéndola.

-Mami huele rico ¿Me cuentas un cuento, mami?

-Hoy no Gaviota, ahora duérmete que mami se queda aquí contigo-le dijo.

-Tengo hambre mami- Lupita recordó que solo tenía un poco de frijoles cocidos, dos tortillas, un resto de leche, una gallina vieja que ya no ponía huevos y ni un peso -Ya duérmete Gaviota, es tarde hija.

Esa noche, la primera de lluvias, fue la mayor tormenta que Lupita pasó. No logró dormir pensando que haría ella sin poder trabajar, sin nadie a quien encargar a su Gaviota. Tal vez podría entregarla a Don José. Imaginó a su hija siendo tocada por aquel viejo, ella no entendería nunca que pasó. Gaviota era inocencia pura, como le dijo el padrecito cuando le preguntó ¿Por qué Dios había hecho eso?

-¿Qué haremos ahora hijita linda?- se preguntaba mientras la veía dormir respirando pausadamente, con esa paz interna que solo ella tenía, sin el menor tormento, como un ángel. Viéndola así era una mujer perfecta, hermosa y cautivadora. Tal vez sí debía entregársela a Don José, pensó Lupita, quizá con el tiempo ella mejoré. Don José no era tan malo, tenía una casa con techo y hasta una camioneta.  Si la conociera así, su cuerpo tan perfecto, su carita, seguro la desearía.

El sol empezó a salir. Lupita sabía muy bien lo que debía hacer.

-¡Mami, mami!- repetía Gaviota.

-Mande Gaviota.

-Mami, ya me desperté. Tengo hambre mami- Comentó mientras se tallaba con las manos los ojos.

-Ven corazón, siéntate a comer tus frijolitos- Gaviota se acercó dando brincos.

-Hoy quiero que te pongas tu vestido lindo, el rosa que te gusta. Cepilla bien tu pelo, que vamos a salir- Le pidió mientras Gaviota se zampaba los frijoles.

-¿Con papito, mami? ¿Vamos con papito?- preguntó  Gaviota contenta.

- No mi amor, vamos a dar un paseo, pero sin papi- respondió ocultándole su cara.

-¿Y por qué?-dijo Gaviota mientras giraba en un solo pie.

- Ándale, apúrate que mami te va a llevar a un lugar muy lindo- le comunicó Lupita mientras la miraba con la mayor ternura.

-¿Y por qué?-volvió a preguntar.

-Por qué sí Gaviota, ya vístete que nos vamos- le ordenó.

Salieron las dos mujeres tomadas de la mano, Gaviota caminaba y daba saltos. No faltó como de costumbre el  niño que se burlara de ella, alguna vez hasta piedras le habían aventado “Allí va la retrasada ¿No quieres jugar?” le gritaban mientras reían. Lupita caminó con paso firme y a prisa, pasando por las miradas del pueblo con la mano de Gaviota bien agarrada, mientras le pedía que no mirara a nadie y siguiera avanzando.

-Aquí nos vamos a parar hijita-

-¿Puedo jugar, mami?- Lupita la miró con los ojos llenos de lágrimas. Y le besó la frente. La tomó de las manos y buscó su mirada. Acarició el fresco rostro, que se nublaba a su vista por el llanto incontenido.

-Mi amor ¿Sabes que mami te ama mucho?- le preguntó sollozando.

- Gaviota ama mucho a mami. ¿Puedo jugar?- Insistió Gaviota.

-Escúchame Gaviota - le pidió.

-Pero ¿Puedo jugar? ¿Sí mami, puedo?

Lupita no lograba hablar, respiró hondo varias veces  y la ayudó a desabotonarse el vestido. Sin duda era una mujer bellísima.

-Corre mi amor ve a jugar. Mami va estar aquí viéndote- Gaviota le dio un beso y se fue corriendo descalza.

-Ve amor, ve…- susurró.

Lupita vio como se alejaba de ella y se sumergía.

Una Gaviota surcó el cielo, era libre, volaba sobre el mar jugando con el agua.

Libre de aquel cuerpo de mujer que tenía atrapada a su niña.

Libre al fin.

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