viernes, 26 de octubre de 2012

LA SOPA


"¡Fragilidad, tienes nombre de mujer!"

Shakespeare.

Su jefe había sido injusto al pedirle los reportes, sabía que él no le tuvo los datos a tiempo para completar las plantillas y sin esa información era imposible graficar, no tenía por qué reclamarle. No era su culpa si no se alcanzaba a cumplir con las fechas  programadas para la reunión anual, y si eso significaba su despido, ¡pues a la mierda!, que así fuera. Sorbió una cucharada de sopa y se quemó.
De un momento a otro sólo se escuchó ruido y confusión, el plato roto en el piso con la sopa encharcada en la alfombra, los niños gritando y llorando. Rebeca no lograba pensar, únicamente sentía que debía moverse, salir de allí. Quería correr hacia sus hijos, abrazarlos, pedirles que no lloraran, tenía certeza de que eso era lo único que podía hacer. La sopa estaba muy caliente, trató de recordar cuánto tiempo le había puesto al microondas. Quería decirle, explicarle, pedirle perdón. No era para tanto, mejor debía enfrentarlo pero si lo hacía sería peor, ya lo había intentado otras veces. Fuerza interna le sobraba, pero era pequeña y muy delgada. Raúl era tan alto y fuerte, más cuando se encolerizaba, parecía como si se agigantara de la nada.  Alejarme de él, sacar a los niños y encerrarse, pensó y lo intentaba cuando dos potentes manos la alcanzaron por los hombros empujándola, ella tropezó cayendo en el piso, el dolor del golpe fue grande, logró meter las palmas para no pegarse en la cara, pero estas resbalaron tras un jalón en los tobillos.

- ¡No sabes hacer nada, eres una inútil, huevona mantenida!- Raúl la arrastró con esa fuerza descomunal que surgía cuando lo hacían enfurecer ¿Por qué lo hacían enojar? No podía razonar más que esa pregunta. Rebeca daba patadas al aire sin lograr zafar los pies, abatida se le escapaban de las manos las patas de la  mesa, el mantel, el tapete, nada a lo que se quería asir la podía detener. Raúl la arrastró hasta la puerta llevándose la última silla de la que ella desesperada intentaba aferrarse; sintió un escalón en su cara y la tierra del patio. Trató de agarrarse de las piedras, de frenarse inútilmente, viendo como rodaba el pedregullo de entre los dedos cortados. La falda se le atoró resbalando hasta los tobillos, fue en vano el intento de querer subirla, lo hacia como si eso realmente tuviera importancia,  pensaba en que no quería que sus hijos la vieran así.
- Los niños Raúl, los niños- alcanzó a gritar, cuando una fuerte patada en el estómago la silenció.

-Me valen madre, me oíste cabróna, me valen tus putos hijos- gritó tras otra fuerte patada en la quijada. Ella lo merecía ¿Por qué lo hacía enojar? así aprendería. Rebeca intentó concentrarse en qué parte estaba siendo azotada, anticipar los golpes para proteger su cuerpo, pero era imposible. Acurrucada en el piso recibía gritos y patadas en la espalda, en el hígado, en la vagina, en la cara. Sentía el olor a tierra mojada, a sangre y a los orines del perro que ladraba, hasta que dejo de percibir olores tras un fuerte dolor que le indicó que le habían roto la nariz. Quiso abrir los ojos para buscar a sus chiquillos que sólo podía oír llorar entre los agudos gritos de Raúl, sin lograrlo, sus ojos estaban cerrados y atiborrados de sangre y polvo.
Yo sólo quería calentarle la cena, pensaba, ¡que alguien lo pare!  Los golpes cesaron y los pies de Raúl se dirigían al jardín, alcanzaba a entreverlos y a escuchar como maldecía. Rebeca  supo que Dios la había escuchado, sin embargo sintió miedo, pánico, como aquella vez en que por no tener la pasta dental tapada Raúl tuvo una arranque de coraje y rompió el espejo del baño, insultando y amenazándola con los vidrios rotos. Ella como pudo se encerró con sus hijos en el vestidor, esa vez el chofer había logrado calmarlo, pero ahora no estaba nadie en la casa sólo ellos y los niños.

Intentó levantarse, dándose cuenta que estaba en medio del patio y no tenía en que apoyarse. Sentía como sangraba su boca y ganas de vomitar, al intento de incorporarse notó que su pierna también estaba rota, debió ser cuando saltó Raúl con furia encima de ella.
No podía concentrarse en el dolor, aunque era inevitable sentirlo, tenía que llegar a la casa y salir de allí con los niños. Todo era borroso y no lograba verlos, pero sí alcanzaba a escucharlos. Mis niños no tengan miedo, mami está bien, papi ya se va a calmar pensó y se dio cuenta que no podía gritar lo que pensaba,  de su boca no salía sonido, sólo hilos de sangre que dejó en las piedras mientras se arrastró hasta la puerta.

El rostro de sus niños abrazados se le hizo más cercano. Tenían tanto miedo como ella, necesitaba estrecharlos, secarles las lágrimas. La voz de Raúl también era más cercana, seguía gritando sin que Rebeca entendiera. Continuó arrastrándose hasta que su cuerpo se detuvo tembloroso.

Raúl soltó con una fuerza brutal la enorme roca del jardín en su cabeza. Rebeca ya no se movía. Raúl estaba cansado, no supo cuanto tiempo pasó arrodillado a su lado hasta que la tomó en sus brazos. Allí estaba Rebeca, su Rebeca, la que tanto trabajó le dio enamorar, la que sonreía y contagiaba alegría, la novia de blanco, que giraba ilusionada en sus brazos bailando, la novia más guapa que había visto. La que cocinaba como los dioses y servía café en pequeñas tacitas, la que lo esperaba siempre arreglada y con flores en la casa. La que le regaló el mayor júbilo que un hombre pueda recibir, el ver nacer a sus hijos. La que lloraba por y junto a él, la que tenía siempre una sonrisa tímida mientras acomodaba su pelo en un broche y estaba dispuesta a escucharlo a pesar de que él llegara cansado y tenso del trabajo, molesto con todo y más con su presencia. La que aprendió a caminar casi en el aire para no molestarlo, la que se dormía en su brazos. La que soplaba con cariño la cuchara para darle la sopa a sus hijos. Su Rebeca amada, ¿Por qué lo hacia enojar? si él la amaba tanto.

 

 

1 comentario:

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