miércoles, 3 de octubre de 2012

EL ANILLO


Sobre la cama había abierto mi vieja caja de madera, donde guardaba esos papeles, fotos, alhajas, que llamo tesoros. Me gustaba sacarlos de vez en cuando, como quien cierra los ojos para regresar a viejos días. A veces era sorprendida por la estruendosa entrada de mi nieta. Como adoraba verla entrar a mi cuarto, aventar los zapatos, subirse a mi cama y contarme sobre su día. Otras veces era  yo la que sin tener mucho que contar sobre el mío, recurría a los de la memoria.

-Abu, este anillo de la piedra azul me gusta- me comentó mi nieta tomando uno de la cama y haciéndolo girar en su dedo. Al darme cuenta se lo arranqué de su mano guardándolo rápidamente en su caja. Deseaba que jamás lo hubiera visto.

-¿Por qué lo guardas? Ese nunca me lo habías mostrado. Se ve que es caro. ¿Quién te lo dio? ¿El abuelo?

-No, no fue el abuelo. Y ya no hagas preguntas.  Creo que es hora de que te acuestes.

-Es temprano. Ándale dime quién te lo dio- me rogó con tono de suplica burlona  -O voy a pensar que… ¡Abu! ¿Tenías un amante?

-¡Nada de eso! niña atrevida. La historia de este anillo es triste, hay cosas que están malditas y uno debería deshacerse de ellas. No sé por qué lo he guardado tantos años, sólo me trae malos recuerdos. Debí venderlo hace mucho.

- Buen dinero debe valer ¿Me dejas verlo otra vez?

- ¡No!-  exclamé  molesta, mirándola a los ojos y empujándole las piernas al borde de la cama.        

-Existen cosas que valen mucho más de lo que te puedan dar en el mercado, cosas invaluables. Este anillo…- agregué mirándolo con nostalgia- Era de mi madre, que en paz descanse-

Betty ya se había incorporado en la cama, con las piernas cruzadas, a la espera de mi historia, así lo hacía siempre. Ya estaba grande, tal vez sería momento de contarle uno de los secretos mejor guardados en la familia.

Tomé la caja y saqué el anillo, aún tenía el mismo brillo de hace tantos años.

- Jamás lo usé y nunca lo haría, pero lo recuerdo en el dedo de mi madre. Combinaba con sus ojos, se le veía hermoso en sus dedos largos. Tus manos me recuerdan tanto a las de ella- y empecé a contar:

Mamá había contratado una señora para ayudarle en la casa. Llegó de un pueblo recomendada por la criada de una vecina. Cata, así le decíamos, era algo regordeta, muy morena y siempre traía el pelo trenzado, jamás pude ver su ropa, más que un rebozo, porque mamá se encargó enseguida de ponerle uniforme, según mamá para que no se acabará su ropa, pero la verdad yo dudo que tuviera algo bueno que acabarse,  todas las mañanas se levantaba envuelta en el rebozo  y quejándose del clima hiciera frío o calor, parecía que era a lo único a lo que era sensible.

Cata cocinaba delicioso, se pasaba el día metida en la cocina, de nada servía que elogiáramos su comida, decía mi madre que no sabía dar las gracias, que los indios así eran, ladinos y mal agradecidos hasta para los cumplidos. Cata solo bajaba la cabeza como si no le importara lo que escuchaba y se iba a la cocina, allí era su mundo en soledad, entre cebollas, papas, cilantro y ollas.

No reclamaba cuando alguien entraba, a pesar de que suponíamos debía molestarle jamás mostró desagrado, pero tampoco gusto. Cuando le preguntabas si podías pasar te contestaba con un “Como quiera”. Así era Cata, hablaba poco, nunca decía que no a nada pero tampoco que sí, ni una sola vez la vi sonreír y menos llorar. Parecía perderse entre el humo de las ollas de aquella cocina, pasaba allí desapercibida, como en un mundo lejano, ajeno a todos. Algunas veces intentaba sacarle plática pero a aquella india, como decía mamá, sacarle algo era un triunfo.

-¿Tienes familia Cata?- le pregunté.

-Supongo- me contestó indiferente.

-¿Cómo supones? Todos tenemos familia, de algún lugar venimos ¿Tú de dónde vienes?-

-De mi pueblo- continuó con la misma indiferencia.

- Es imposible contigo Cata, uno trata de ser buena gente, se desvive en querer hacerte sentir a gusto, sacarte plática, elogiar tu comida y nada te agrada. A veces creo que deberíamos tratarte como mi hermano, qué he visto que te dice “india cochina”, pero tampoco te afecta. Tiene razón mamá, tú en vez de sangre seguro tienes atole en las venas- le dije intentando mirarla a los ojos, pero Cata nunca miraba a los ojos.

Justo en ese momento entró mamá enfurecida en la cocina, azotó la puerta, y se paró frente a Cata, con los tubos a medio poner y la bata mal cerrada.

-Esta mañana dejé antes de bañarme mi anillo en el tocador. Solo tú entraste a tender la cama y guardar la ropa y como siempre mientras yo no estoy, evitando a todos como si fueras fantasma. Así que dime Cata ¿Dónde guardaste mi anillo?- preguntó mamá con un tono seco y pausado.

-¿Me escuchaste?, te hice una pregunta ¡Contesta! ¿Dónde está mi anillo?

-No sé señora- dijo Cata con la misma indolencia de siempre, mientras continuaba picando chiles, cómo si realmente le importara muy poco la desaparición del anillo.

Mamá empezó a cambiar su semblante y a ponerse más roja, subiendo una ceja;  como tu mami cuando se enoja.

-Mira india, me vas a decir ahora donde tienes mi anillo, sólo tú lo puedes haber tomado y me dices ahora o te juro que llamo a mi marido ¿Quieres que lo llame?

-Como quiera- contestó Cata. La respuesta encolerizó a mamá, no recuerdo haberla visto jamás tan enojada como aquella vez.

-Eres una ladrona, mendiga india, descarada. ¡Mírame cuando te hablo!- le gritó zangoloteándola por los brazos con tal fuerza que se le deshizo una trenza y soltó el cuchillo que calló de punta en el dedo de mamá lastimándola.

Rápido tomé un trapo para limpiarla, pero mamá no se dejaba, sólo gritaba y seguía zarandeando a Cata que nada hacía.

-A la policía voy a llamar. Me escuchaste india, de esta casa sales pero presa. ¡Ladrona! Jamás te vas a olvidar de mi, ladina maldita, eso te lo juro- decretó mamá.

En poco tiempo estaban cinco hombres armados del ministerio en la casa, llevándose a Cata con las manos esposadas, como si fuera un peligroso asesino, sin que Cata soltara una sola palabra, con la cabeza baja sin mirar a nadie a los ojos, Cata nunca miraba a los ojos

Betty estaba sorprendida y horrorizada al escucharme.

-Pero ella no se robó el anillo Abu  ¿O cómo lo tienes tú, sé lo encontraron?

-¡No! Deja que termine de contarte. Cata terminó en la cárcel y pasaron varios años, yo ya estaba casada con tu abuelo, cuando falleció mamá. Fui con mis hermanos a desmontar la casa para ponerla en venta y fue a mí que me tocó encontrar detrás del tocador el anillo de mamá.

-¡Ah! Abu… ¿Y qué hiciste?

Esa misma tarde fui al penal donde sabía que habían llevado a Cata. Pero ya habían pasado varios años, no existía ninguna presa con su nombre. El agente que nos atendió nos sugirió ir a archivos a investigar si había sido liberada. Una culpa ajena me hizo investigar a fondo hasta dar con su archivo.

-Cata no fue liberada- me dijo el agente- Yo tengo varios años aquí y recuerdo bien su caso, era una señora muy rara; nunca nadie la vino a visitar. Parecía estar cómoda en su celda. Cuando se le dictó sentencia diría que no le importó, jamás había visto a alguien tan resignado a su condena. No pidió abogado. Creo señora que la culpa no la dejaba reclamar.

-Pero ella era inocente, yo tengo la prueba- El agente me miró desconcertado.

-Nunca dijo ser inocente, eso no puede ser ¿Está usted segura señora?  Ni siquiera cuando estaba en enfermería,  ni antes de morir dijo ser inocente, aceptó su enfermedad y su muerte como si no le perteneciera con completa abandono de si misma.

-¿Cuándo Murió?

-Hace… dejé busco- con un dedo recorría el expediente- Dos años tres meses señora-.

- Te das cuenta hijita ¡Cata pasó once años presa por un robo que no cometió!  Y nunca dijo nada, jamás se promulgó inocente- le dije entre sollozos a mi nieta.

-Pero ¿y qué más te dijo el agente?

-Nada, corazón, sólo que antes de morir le insistieron en que les diera el nombre de algún familiar o si quería que llamarán a alguien, ella contestó  “No lo sé”  y murió sin mirar a nadie a los ojos.  Cata nunca miraba a los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario