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Tenía una libretita con frases tachadas que intentaba no repetir:
- “Duda que sean fuego las
estrellas, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no
dudes jamás de que te amo” esta ya. “Amo como ama el amor. No conozco otra
razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si
lo que quiero decirte es que te amo?” esta uy, con está casi muere, mejor no. “El
amor puede esperar todavía cuando la razón desespera.” esta es la de hoy. Palomeó
la frase, se puso su abrigo, metiendo la libreta en el bolsillo y salió como
cada tarde a su encuentro.
Camino a verla, cortó
con cuidado de que no lo vieran, una rosa del rosal de la vecina. Mientras
apretaba el paso, ensayaba en voz alta junto con la frase del día cada palabra
que le diría.
-Hola linda, que hermosa estás
hoy, que lindo te sienta ese color. Que delicioso tu perfume, ¿puedo oler tu
cuello? ¡Sí! y mientras lo hago le lanzó la frase “El amor puede esperar
todavía cuando la razón desespera”-
Toda esa preparación tenía solo un cometido y era que
ella cediera, a veces lo lograba, otras no.
Pero cuando lo hacía valía la pena, aunque al siguiente día
ella no recordara en el asilo que aquel quien la visitaba seguía siendo su
marido.