Se dormían temprano, con la
esperanza de que pasara rápido la noche y con el día empezaran las travesuras.
Apenas amanecía corrían a encontrarse en la playa.
Sin duda aquellos chiquillos eran
los mejores amigos que podían existir, tenían una especie de código para
hablarse que los unía y separaba del resto de los niños, que no los entendían y
jamás los integraban a sus juegos. Entre
sus diversiones favoritas estaba fingir que razonaban como los adultos imitando
sus actitudes, claro, sin que estos lo notaran. Podían pasar horas platicando y
riendo
El verano terminó, uno de ellos
debía regresar a la ciudad con su familia. Al despedirse sellaron una promesa,
de una u otra forma algún día se volverían a ver.
El tiempo pasó, ambos crecieron, se dieron cuenta de que eran imaginarios y no
pudieron verse nunca más.
Bien,
ResponderEliminarMe gusto mucho.
La inocencia, no siempre se sabe quien empuja a quien a perderla.