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Cansada de esperar a su príncipe
azul, salió a buscarlo en todos los pantanos de las cercanías.
Juraba a quien se encontraba, que
algunos sapos eran realmente azules como los árboles y no verdes como el mar. Le
costaba un poco de trabajo atraparlos, pero con el tiempo había aprendido
tácticas que los atraían y ¡zaz! es sus manos caían. Al principio claro que le
daba asco, pero la esperanza de verlo convertido en su sueño dorado,¿ o era plateado?,
borraba toda repulsión.
Entrecerraba sus verdes ojos, que en realidad eran azules, acercaba sus labios
y los besaba, esperando el estallido de estrellas, el giro de viento, que el
sapo se elevara y bajara a su brazos convertido en príncipe, al menos eso
pasaba en los cuentos.
Había perdido la cuenta de cuantos
besos dio, pero nada la haría renunciar a su fe ciega, de que en algún sapo el príncipe
existía y que aquellos cuentos que decían: “Solo con el beso del verdadero amor
de una princesa se romperá el hechizo”, se haría realidad.
Todo fue en vano, perdió una vida
besando raras especies, ignorando que era, cegatona, daltónica y no era princesa.
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