Imagina que vuelves a tu infancia, a los días cuando jugabas en la calle, cuando corrías tras la pelota, cuando andabas en bicicleta… ahora recuerda cuando le quitaron las rueditas a tu bici, ¿te acuerdas como se sintió? De niño, liberarse de esa rueditas de atrás era ser más grande ¡Miren, ya soy grande! Pero uno no sabe a lo que se va a enfrentar.
El equilibrio, ese que para crecer hay que aprender. Mientras el par de rueditas está, tu seguridad es enorme, no necesitas de nada ni de nadie, puedes andar felizmente por todos lados. Ah, pero quieres ser grande, y que diferente es cuando finalmente las quitan. Para seguir necesitas a alguien detrás diciéndote ¡Vamos si puedes!, esa persona que sostiene el asiento con fuerza para ayudarte a mantener el equilibrio.
Y entra ese miedo, casi pánico, a ser libre, a poder andar solo. ¡Pero no me sueltes, no me sueltes q me caigo! Y sin darte cuenta te dan ese impulso y te sueltan, uno tiene la ilusión de que va seguro, que van corriendo tan rápido como la bicicleta detrás de ti, y no es así, ya vas solo, lo lograste…no necesitas de nadie para mantener el equilibrio…por fin libre.
Otra comparación, pero así es el amor, necesitas del otro para sentirte seguro, jamás quieres que te quiten esas dos rueditas que te mantiene en equilibrio, equilibrio falso, porque no depende de ti, sino de unas pequeñas rueditas, que mientras sigan jamás te permitirán vivir tu amor en libertad.
Si por alguna causa te las quitan o tu las quitas antes de tener esta seguridad y madurez, sientes que ya no vas a poder andar, todo se tambalea ante ti, no sabes ni siquiera como actuar, crees realmente que ya no hay mas, que no vas a poder mantener aquel equilibrio, ignorando la delicia y el goce de seguir andando.
¡No me sueltes, q me caigo!, pero allí esta ese camino delante, es solo subirse y sentir el enorme placer de tomarlo, un empujón y que te liberen. Sólo ese impulso es lo que necesitas. Es casi imperceptible, pero hace la diferencia entre seguir o caerte. Llega un momento en la vida en que debemos entender que para amar se debe hacerlo con libertad, seguir ya sin rueditas, saber esperar cada instante para pedalear, disfrutando de esta manera el amar por solo el placer de hacerlo, sin inseguridad, solo por disfrutar este sentimiento de amar en libertad.
De no depender de las atenciones, de las miradas, de las caricias, las llamadas, y todo aquello que nos enamoró, tener la conciencia de no necesitar nada para tener la seguridad de seguir amando, el equilibrio perfecto está en uno, en amar sin depender del amor del otro, amar sin miedo a que no lo hagan con la misma intensidad, amar con y a pesar del otro.
Entender finalmente, que por más que queramos creer que dejando de subirnos a la bicicleta se nos va a olvidar como pedalear, la menta sabe, que andar en bicicleta y amar una vez que se aprende de ningún modo se puede olvidar.
Encuentro en tus líneas el equilibrio que logra una perfecta armonía.
ResponderEliminar