miércoles, 22 de septiembre de 2010

Las Púas del Puerco Espín


Al principio de los tiempos, cuando el mundo era joven, los puerco espines no tenían púas. Un día el puerco espín estaba tranquilamente en el bosque, el oso quiso comérselo pero este trepó a la copa de un árbol quedando a salvo, estando allí arriba sabía que no corría peligro;  pero al quedarse dormido rodó al piso y cayó sobre un espino, sintió entonces como le molestaban y dolían las espinas y tuvo una gran idea. Tomó algunas de las ramas del espino y se las puso sobre el lomo para protegerse y así permaneció a la espera. Cuando el oso saltó sobre él, el animalito se enroscó como una pelota. El oso finalmente tuvo que desistir de herirse con las espinas. Así los Dioses premiaron el ingenio y la valentía de este animalito. Desde entonces todos los puerco espines tienen púas.
A diario la vida nos pone un árbol en nuestro camino al cual podemos subir para quedar a salvo, allí nada puede alcanzarnos y queremos permanecer así,  lejos de lo que nos lástima,  nos duele, nos hiere.
De pronto en un descuido, nos vemos rodando y cayendo en espinas que nos hacen daño, nos calan muy hondo y no entendemos el porqué, nos culpamos por ser descuidados y dejarnos caer cuando estábamos tan bien,  nos  odiamos por habernos quedado dormidos cuando debíamos estar alerta para no rodar. Nunca alcanzamos a ver mas allá del dolor y concentrarnos en él, en sentirlo, vivirlo y sacarle el mejor partido, olvidamos que subimos al árbol por algún motivo, olvidamos al oso y culpamos a las espinas del dolor que sentimos, o viceversa culpamos al oso de estar hoy llenos de espinas.
Jamás se nos ocurre ver esas espinas como armas que nos ayudan a ya no ser víctimas del oso, queremos quitárnoslas de encima, sin imaginar que dejarnos esas armas puede protegernos.
Interpretamos mal el sufrimiento, nos gusta ser víctimas de las circunstancias y aferrarnos a decir que hicimos todo lo posible por estar fuera del alcance de toda amargura, no nos dejamos caer por miedo a lastimarnos, nos resguardamos alto muy alto. Para ser fuertes hay que caer, para vivir hay que clavarse todas las espinas, pero nos las queremos quitar, queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento.  El deseo de huir del dolor es algo que siempre hacemos en vez de intentar comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar.
Captamos el dolor como algo ajeno a nosotros como algo que por mala suerte nos tocó,  como una cosa distinta, lejana que no nos debería pertenecer, nos transformamos en observadores que observan  su propio sufrimiento, que ven espinas y  no entiende que pueden ser púas que formen parte de nosotros mismos. No dejemos a un lado lo que en el camino rodando nos va lastimando, aprendamos de ello, deberíamos de cargar con orgullo cada púa, ellas nos hacen fuertes nos defienden de futuros dolores. Solo si asumimos nuestras púas, podemos seguir el movimiento del dolor y ver hacia dónde nos conduce.
 Si captamos de esta manera el sufrimiento, es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida, el porqué desde el principio, de los tiempos el hombre también tiene púas.

1 comentario:

  1. Leerte me fascina, incluso entre púas y espinas puedo imaginar a la rosa más fina.

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