Desde muy niña recuerdo percibir el olor a lluvia, antes de que empezara a caer. No creo que sea un don especial, solo es cuestión de sensibilidad. Es curioso como a estos días de lluvia, se les dice días feos, para mí no es así, son días adorables, con el cielo nublado, días frescos, y los únicos que hacen ruido, un sonido que te adormece, que cambia tu ánimo. En días así creo que casi se puede detener el tiempo mientras en constante movimiento no para la lluvia.
Cierro los ojos y me transporto, no puedo dejar de sonreír mientras lo hago, el ruido del agua corriendo, golpeando la calle, cayendo de los techos, un pasado que sigue presente cada vez que llueve, un recuerdo de la percepción de mi mundo en la infancia. Un mundo, que nunca he entendido porque el hombre se aferra en darle una explicación a todo lo que en el sucede, nada puede quedar en ilusión, nada puede dejar de tener una razón, y esta manía humana fue la que acabó con la magia de mi fantasía.
Cuando llueve, la virgen llora, son lágrimas que caen del cielo, los ángeles lavan las nubes, y tantas historias que en mi mente eran fantásticas explicaciones sobre esas gotas que veía caer. Entrando a la primaría, ansiaba tener la respuesta a todo, un día, así como así, me enteré que no era magia, que era “ El ciclo del agua”, prefería haberlo ignorado, y seguir con mi inocente creencia que la lluvia no tenía explicación.
Decidida mi maestra a hacer de mí un ser “normal”, con conocimientos básicos, me dejó de tarea memorizar el ciclo, para darle una razón a mis ilusiones, y pasar un examen. Dejar lo mágico para pasar a lo teórico. Tan básico, tan simple, tan perfecto y funcional, un movimiento cíclico constante que experimenta el agua entre los distintos lugares donde se encuentra almacenada, desde la atmósfera a los océanos o las tierras y su vuelta de nuevo a la atmósfera, después de haber sido utilizada por los organismos vivos.
Intento fructuoso el de mi maestra, pero no logró que dejara a un lado mis explicaciones ilógicas, cosa que agradezco, ya que cada noche se divierten muchos mis hijas con las historias inventadas por mí. Una de ellas es la del ciclo de las lágrimas. Imaginemos por un momento que ellas al ser agua, también cumplen con un ciclo. Las lágrimas se pueden percibir antes de que aparezcan y tampoco es un don el hacer esto, cualquiera tiene la sensibilidad de ver en otros ojos las ganas de llorar. También sentimos que en ese momento detenemos el tiempo y conservamos un instante más el sentimiento que nos provocó el llanto. Nuestras vivencias diarias, son almacenadas y guardadas, tanto las buenas como las malas, llegado el momento, una alegría o una tristeza, puede precipitar hacia los ojos esas pequeñas gotas, únicamente con el fin de dejar espacio en nuestro almacén de sentimientos para que con el tiempo se vuelvan a derramar. Pero como humanos, nuevamente queremos quitarle la magia a esto, y justificamos las lágrimas, las reprimimos, las secamos, creyendo que con esto dominamos nuestro ser.
Qué tontería hacer esto, no hemos aprendido nada sobre la naturaleza, es un ciclo que debe suceder, es necesario llorar para el alma, tanto como la lluvia para la tierra. No hay que buscarles una razón, quitarles la fantasía y la ilusión, solo dejarlas salir para poder seguir, hacerlo no es signo de debilidad sino de vida.
Así entre duendes y hadas que lloran en la tierra, ángeles y vírgenes que lo hacen en el cielo, mis hijas sonríen y aprenden, que las lágrimas son la forma que tiene el alma de mostrar lo que siente.
Increíble, me encanto tu forma de simplificar el llanto como un ciclo normal entre nuestro cuerpo y nuestra alma!
ResponderEliminarNo se yo que haya en el mundo palabras más elocuentes que estás tus lágrimas
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